Los diablos vigilan París. Unos con burla, otros con fiereza, e incluso alguno temeroso ante tan bella urbe. Esa es la impresión que me llevé al subir a lo alto de la catedral de Notre Dame, a la galería de las quimeras o gárgolas, donde podemos observar unas de las estatuas más peculiares del mundo, y con un fondo de excepción: la Torre Eiffel, el Sena… En definitiva, la ciudad de la luz.
Con la emoción por ver en persona las quimeras, monstruosas estatuas que habitan lo alto de la catedral, el camino de desgastados escalones me pareció muy corto. Por fin, tras los innumerables giros de la mareante escalera de caracol, se veía la luz. Estaba a 46 metros de altura sobre París, al lado de diablos, demonios, trasgos, harpías, grifos y turistas, cámara en mano. Un grupito venido del mismísimo averno que ahí está, petrificado sobre el florido balcón de la catedral, mirando impasible cómo se desarrolla la vida bajo sus pies.
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